Que suerte que mi corazón se enfrió y la sangre por mis venas como rió de la montaña no se inmuta ante la tormenta; porque de otro modo no soportaría la vida que me ha tocado vivir, la soledad, el llanto, el dolor y a ti.
Que suerte que no siento y no puedo llorar; porque de otro modo no pararía de llorar el dolor que embarga a mi alma, el hecho de perderte, sin que fueras mía.
Que suerte que olvido tan rápido; porque de otro modo quedarias grabada en mi mente como una inscripción sobre la piedra.
¿¡Que suerte no!?...
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